Comencemos por escuchar
No hay duda que vivimos en una sociedad machista. O bueno, al menos esperaría que no haya duda. Solo por poner unos ejemplo de miles, es fácil para mí caminar por la calle sin mayor preocupación. Igual resulta ir a un bar, restaurante o donde sea sin necesidad de tener que pensar en mi ropa o en qué es lo que puede pasar por “mostrar un poco más de piel”. También es fácil ir en un bus sin siquiera pensar en que voy a sufrir algún manoseo o piropo.
Y esa es la base de todo el problema. Que resulta bastante difícil alzar la cabeza, ver nuestros privilegios y en verdad intentar acercarnos a la realidad de otras personas sin juzgarlas, hacerlas de menos o simplemente ignorarlas.
Al hombre que no ha recibido un piropo en su vida tal vez le cueste creer cuántos reciben las mujeres a diario y la magnitud de lo que les dicen. A un hombre que jamás se le han insinuado jefes o compañeros de trabajo haciéndolo sentir incómodo le resultará más bien extraña la queja de una mujer sobre el mismo tema. Igualmente, un hombre que no ha visto el morbo y violencia reflejados en los ojos de quien acaba de tocarlo sin su permiso sentirá que las quejas de sus conocidas con exageradas.
En cambio, para ellas es pan de cada día. Eso y mucho más. Eso y recibir menor paga por el mismo trabajo. Eso y ser agredidas si es que no corresponden los avances de cualquier tipo. Eso y ser juzgadas por su edad y apariencia en lugar de por sus méritos y capacidades. Eso y una lista tan tétrica como larga.
¿Y qué hacemos nosotros, los hombres, para frenar esto? Algunos de seguro dirán “yo nunca he acosado o violado a nadie.” Como si no ser un monstruo fuera mérito y no una cualidad básica para ser humano. El giro del asunto no está en no hacer, sino en activamente intentar cambiar. Te lo digo más fácil: no eres bueno porque no violes a tu pareja. Eres bueno si, aparte de eso (vamos, ¡es lo mínimo!), te das cuenta de toda las ventajas que tienes y comienzas a pensar en cómo generar un cambio.
Pero claro, escribir esto es casi un saludo a la bandera. De seguro van a llegar los comentarios de #NotAllMen o, peor aún, de “pero yo si ayudo en mi casa”. Basta. Que ya es hora de dejar de decir tonterías y ponernos a hacer algo de provecho. Y la verdad no es tan difícil como parece. El primer paso, y quizás el más importante, es solamente escuchar. Así de sencillo. Escuchar a quienes viven una vida diferente a ti. A quienes tienen unos problemas que ni siquiera has pensado. Así que los dejo con unas palabras (traducidas por mí) de este texto en inglés que es una lectura obligatoria y que, al menos, me hizo pensar un poco más en este asunto:
(…) la próxima vez que una mujer hable de los piropos que recibe en la calle y de cómo la hacen sentir incómoda, no la rechaces. Escucha.
La próxima vez que tu esposa se queje de que la llamen “Cariño” o “bella” en el trabajo, no te encojas de hombros. Escucha.
La próxima vez que leas o escuches a una mujer denunciar el lenguaje sexista, no la menosprecies por hacerlo. Escucha.
La próxima vez que tu novia te cuente sobre la forma en que un hombre le habló y le hizo sentir incómoda, no la ignores. Escucha.
Escucha porque tu realidad no es la misma que la de ella.
Escucha porque sus preocupaciones son válidas y no exageradas ni infladas.
Escucha porque la realidad es que ella o alguien a quien conoce personalmente ha sido abusada, agredida o violada en algún momento. Y ella sabe que siempre hay el peligro de que le suceda.
Escucha porque incluso un simple comentario de un hombre extraño puede causarle gran temor.
Escucha porque puede estar tratando de hacer que su experiencia no sea la experiencia de sus hijas.
Escucha porque nada malo puede venir de escuchar.
Sólo escucha.